Dios, en Su inmensa perfección, creó al hombre a Su imagen y semejanza (Gen 1, 27).  Lo hizo trino[1], dándole un cuerpo, un entendimiento[2] y un alma inmortal.  Con el soplo de su aliento le dio el don divino de la gracia que lo elevó al plano sobrenatural[3].

La gracia santificante capacitó al hombre para entrar en el mundo de Dios.  Esta vida de la gracia le colmó de dones y virtudes que hicieron de esos primeros hombres seres sobrenaturales[4] que vivían en perfecto orden y de acuerdo a la voluntad de Dios.

Asimismo, le dio el don del libre albedrío, es decir, lo hizo libre para escoger.  El hombre poseía todo lo que necesitaba para ser feliz en medio de una creación que le estaba totalmente sometida, donde reinaba la armonía y el orden establecido por Dios mismo.

Entonces Dios puso a prueba Su creación y le impuso unas condiciones al hombre.  El hombre usando su razón y abusando de su libertad se reveló contra Dios y escogió hacer su voluntad (cfr. CEC 397).  Alteró el orden y armonía perfecta que reinaban en la creación y fue expulsado del mundo de Dios.  Perdió la gracia santificante y, con la gracia, todos los dones sobrenaturales que le fueron dados sin mérito de su parte.  Los hombres no apreciaron tan grandes dones, pues no pasaron esfuerzo ni trabajo para conseguirlos.

Con la desobediencia entró el pecado y con el pecado entró la enfermedad, el sufrimiento y la muerte (cfr. CEC 397).  El pecado hizo descender al hombre de un estado de perfección a un estado de muerte (cfr. CEC 400).  De un plano sobrenatural donde reinaba el orden y la perfección como es el mundo de Dios, a un plano de muerte donde reina el desorden, el deterioro y la confusión.

Sin embargo, Dios no abandonó al hombre en su desgracia y desde el mismo momento de su caída, le promete un Salvador para que pueda regresar a El (cfr. Gen 3,15).  Este regreso, sin embargo, le costaría gran esfuerzo y sacrificio al hombre, ya que derrochó tan grandes dones que le fueron dados gratuitamente.

Dios llamó a los hombres a través de los profetas y, más tarde, El mismo se hizo hombre en la persona de Jesucristo para dejar trazado ese camino de retorno o regreso al Padre, al mundo de la perfección.

En el lenguaje simbólico de las Sagradas Escrituras el número siete es representativo de la perfección.  Se puede decir que el hombre, con su caída, descendió simbólicamente de un plano siete o de perfección, hasta el plano uno de muerte o imperfección. Este regreso a la perfección es a lo que simbólicamente se llamará los siete planos de crecimiento.  Es cuesta arriba, pues con sacrificio y esfuerzo el hombre tendrá que subir por las huellas de Cristo.  Tendrá que vencerse a sí mismo, ordenar sus vicios y pasiones, tomar su cruz y seguir a Cristo.  Jesucristo, que era Dios y no tenía pecado, para subir al Padre y abrirnos las puertas del cielo, lo hizo por la vía del sacrificio.  El hizo un sacrificio perfecto con un amor perfecto para conseguir la redención.  Los hombres, paso a paso, imitando a Cristo, tendrán que ir subiendo o creciendo por etapas, hasta llegar a la santidad.  A este subir por etapas, con sacrificio y esfuerzo, es lo que se le llama en la Misión ir creciendo espiritualmente a través de los siete planos.

Los hombres en el mundo se preocupan del crecimiento fisiológico e intelectual.  Cuando un niño nace los padres se preocupan por su desarrollo físico.  Se preocupan por alimentarlo, vacunarlo y divertirlo.  Se interesan en su desarrollo neurológico e intelectual.  Según va creciendo, lo van evaluando para asegurarse que va superando las etapas sin dificultad, hasta llegar a la adultez.  Se olvidan, sin embargo, que todo esto es perecedero. Pocos se preocupan por el desarrollo del alma que es inmortal.  No se interesan por su crecimiento espiritual.  Ese crecimiento espiritual que culmina en la perfección o santidad es indispensable para entrar en el mundo de Dios donde impera el orden y perfección.  Es por esto que Cristo mismo invita a todos los hombres a la perfección: “Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto”  (Mt 5,48).

Dios creó al ser humano para crecer espiritualmente.  Es un ascender de una etapa a otra, de una inferior a una superior.  Por ejemplo, cuando una persona recibe una gracia de parte de la Madre de Dios, se siente muy contenta y agradecida y va feliz a llevarle unas flores en agradecimiento. Sin embargo, según se va creciendo espiritualmente, entonces, mejor que las flores, la persona que va creciendo espiritualmente siente que debe dar de sí misma, dar de su tiempo que es lo que más cuesta dar hoy en día.  Esto requiere sacrificio y renuncia, pues hay que olvidarse de sí mismo para poner todo al servicio de María Santísima. Esta renuncia cuesta y ahí está el mérito y el crecimiento.  Así se crece espiritualmente, pues se ha vencido el “yo”.  Se ha  dado de lo que más cuesta, dar de sí mismo a Dios y a los demás.

Es creciendo espiritualmente como se va subiendo por los “planos” hasta llegar a la meta pedida por Cristo mismo, la Plenitud o séptimo plano. La Santísima Virgen, en su mensaje dejado en Sabana Grande, invita al crecimiento espiritual.  Señala que, en los tiempos en que se vive actualmente, este crecimiento se hará muy difícil y hasta casi imposible[5].  Esto es así pues el crecimiento espiritual conlleva sacrificio y negación; el hombre de hoy vive sumido en un egoísmo profundo que no le permite sacrificarse por nada.

En esta aparición en Sabana Grande, María Santísima dejó toda su enseñanza plasmada en signos y símbolos que todavía permanecen. Ella pidió que se construyera en aquel lugar una capilla con siete planos o lados.  Esta capilla simboliza el crecimiento espiritual.  Los siete lados o planos representan los siete planos que el hombre tiene que subir con la gracia de Dios, con deseo y determinación, hasta llegar a ser santo y poder algún día compartir con Dios cara a cara para siempre.

La Santísima Virgen hace un llamado a la Plenitud por encargo de su Amadísimo Hijo Jesucristo.  La Plenitud se alcanza poco a poco, por etapas, según se crece en los planos de crecimiento espiritual. Estas etapas en el crecimiento espiritual de una persona, no necesariamente se dan siguiendo el orden ascendente de los siete planos, sino que una persona, a lo largo de su vida, puede ir teniendo manifestaciones de los diferentes planos. Sin embargo, debe existir una tendencia a que sus acciones le lleven a superarse hasta alcanzar el plano séptimo.

Los siete planos de crecimiento espiritual

La Virgen del Rosario del Pozo pidió la construcción de una capilla de siete planos como símbolo del templo espiritual que cada persona debe edificar a través del crecimiento espiritual, templo digno donde habite el Espíritu Santo. A continuación se da una breve explicación de los siete planos:

Primer Plano: “yo”

Es el egoísmo del hombre que todo lo quiere para sí mismo.  Es la esencia del egoísmo.  Inclusive, cuando se hacen favores se piensa en sí mismo.  Se recuerda  aquel refrán de “hoy por ti y mañana por mí”. Muchos de los seres humanos que pueblan la tierra viven en este plano. Es el mundo dominado por el pecado donde fue desterrada por Dios la serpiente rastrera.

En la sociedad continuamente se enseña que hay que sobresalir entre los demás.  Se prepara a los hijos para ser el número uno de su clase o de su equipo.  No  se les enseña a ser el número uno en humildad o generosidad.  No se les prepara para ser como Cristo.  Se les dice que no se sean tontos, que si les golpean se defiendan; que se preparen con una buena carrera para que el día de mañana no les falte nada material.  Se ocupan sólo de lo material y de la gloria del mundo.  No se preparan para ser cristianos o perdonar a sus enemigos.  Se siembra el antagonismo y se  provocan las guerras, sembrando el rencor, la venganza y el egoísmo en los hijos.

El egoísmo, tan arraigado en el hombre de hoy, es lo que evita que éste pueda encontrar a Dios.  Se ciega y lo busca a través de sus sentimientos y de su propia voluntad.  Quiere llegar a Dios a su manera y hacer el camino a su medida y conveniencia.  Es por esto que surgen tantas sectas y filosofías extrañas.  Cada cual prefiere inventarse un “dios” a su modo, inventándose su propia iglesia y su propia fórmula para llegar a El.

Otras manifestaciones de este primer plano, donde impera el “yo”, son los celos y las envidias.  Cuántas veces se dice que se ama a una persona, pero en realidad se quiere para sí y con condiciones.  Es un amor egoísta y posesivo.  No es un amor de Dios.  El verdadero amor hace libre al ser amado y no lo esclaviza.

El “yo” [6] que reina en este primer plano es causante de la mayor parte de los males de la sociedad: el materialismo, la soberbia, el egoísmo, la murmuración, en fin, la falta de fe, de esperanza y, sobre todo, de caridad. Es por esto que la Santísima Virgen invita a salir de este plano, pues no se puede vivir el Evangelio de Cristo mientras se permanece sumido en el “yo”, primer plano.  Cristo mismo lo dejó establecido.  “El que quiera venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y que me siga”  (Mt 16, 24).

Para vencer o aplastar el “yo”, María Santísima invita a vivir en sus virtudes y a llevar una vida disciplinada de oración y sacrifico, a imitación de su Hijo Jesús.  Este es el inicio y trayectoria para comenzar a subir los planos de crecimiento espiritual.

Segundo Plano: “yo y los demás”

Este plano o etapa es donde el hombre se da cuenta que a su alrededor hay otros seres humanos con los que tiene que compartir.  Se da cuenta de que no es el centro del universo y que los demás necesitan de él y él de los demás.  Es cuando se siente llamado y motivado a darse desprendidamente a los demás.  Es la etapa en la que se sale del egoísmo central para mirar a los hermanos.  En este plano o etapa, todavía se piensa en las propias necesidades y gustos, pero la persona está consciente de que tiene que ir saliendo poco a poco de sí mismo para darse a los demás. Es éste lo que conocemos como un hombre bueno, pero no necesariamente santo.

No basta hacer buenas obras materiales para con los demás si no se busca crecer espiritualmente y servir a Dios. ¿Qué será lo más importante para dar a los hermanos?  Lo más importante para dar es la convicción de que el hombre ha sido creado para vivir para siempre.  Es la convicción de la vida eterna que prometió nuestro Señor Jesucristo.  Ese es el mayor tesoro que se puede compartir con los demás: la fe.  El mundo tiene hambre de Dios y Dios prefiere que se ayude al hermano a vivir eternamente, pues como dijo Cristo en el Evangelio, “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si al final pierde su alma?”  (Mt 16,26).  Es el tesoro más valioso que se puede compartir con los hermanos, la esperanza de una vida eterna que no se puede comprar con todo el dinero del mundo.  Ese regalo de la vida después de la muerte, de la vida verdadera para siempre, sólo nos lo puede dar Dios.  Es el tesoro más preciado que pueda existir y Dios lo ha puesto a nuestra disposición. María, en este tiempo, quiere que los que se han hecho conscientes de esta realidad, compartan el tesoro de la fe que es el tesoro de la convicción de que hay una vida eterna.

Tercer Plano: “Dios y los demás”

En este plano la Santísima Virgen invita a crecer en santidad, es donde se vence el egoísmo, donde ya no se piensa en sí mismo, erradicando de la propia vida toda manifestación del “yo”. Es donde sólo se está al servicio de los demás y, sobre todo, al servicio de Dios. La existencia está a tal grado entregada al servicio de Dios y los hermanos, que ya no se vive, sino que es Cristo quien vive en él.  Esa fuente de luz que es Cristo, comienza a alumbrar a los demás.  En este plano se hace consciencia  del gran mandamiento de la Ley de Dios.  “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”[7].

A este plano es al que invita la Santísima Virgen cuando pide que cada uno sea  instrumento de definición.  En este plano se rompe con toda atadura  y con el mundo.  Solo debe existir un deseo genuino de ser apóstoles al servicio de Cristo y María, para ganar almas para Dios.  Es el desprendimiento total.  Este plano se considera un plano de santidad pues ya está erradicado todo egoísmo y soberbia.

El tercer plano es el plano de santidad, donde se hace todo poniendo a Dios como prioridad y luego a los hermanos.  En este plano, el hombre hace la voluntad de Dios y de los demás y nunca su propia voluntad.  Un signo para identificar el grado de desprendimiento del “yo” es la práctica de la obediencia[8].  La obediencia no tiene nada que ver con la conveniencia. Cuando las indicaciones dadas no gustan o no son lógicas, cuando se piensa que no son convenientes y son desagradables y aún así se obedecen, esto es un signo de que se está superando el “yo”. Se está cumpliendo la voluntad de otro y no la propia. El que obedece nunca se equivoca.

El amor a Dios como prioridad en la vida hay que demostrarlo no solamente con la fe y palabras, sino con obras.  Hay que amar a los hermanos con la misma intensidad que el hombre se ama a sí mismo.  Muchas veces se está dispuesto a darlo todo por los  hermanos, familiares y amigos.  Pero, ¿cuántas veces se está dispuesto a perdonar y a darlo todo por los enemigos o desconocidos?[9]  Hay que escoger a Dios sobre el sentimentalismo.  Es una lucha fuerte.  En el tercer plano la manifestación del “yo” debe estar tan superada que esa lucha no debe existir y hay que darle todo a Dios sin excluir nada y sin pensarlo dos veces.  Por eso se dice que éste es el plano de la gracia, el plano de santidad.  Es el plano donde Dios prueba y donde se le responde como hizo Abraham, dándolo todo sin reservas, por amor a Dios.

Planos Cuarto, Quinto, Sexto

Los planos cuarto, quinto y sexto son planos de purificación y reparación[10].

Cuarto Plano

En este plano se purifican y reparan los pecados cometidos en el primer plano, “yo”: las faltas del “yo”: las ataduras, los pecados de la carne y los  apetitos desordenados por cosas del mundo.

Quinto Plano

En este plano se purifican y reparan los pecados cometidos en el segundo plano, “yo y los demás”: todos los pecados que tienen que ver con los demás.

Sexto Plano

En este  plano se purifican y reparan las faltas cometidas en el tercer plano, “Dios y los demás”: todos los pecados más sofisticados.  Son los llamados “defectos de los santos”.

Resumen de los planos de purificación

Es indispensable que la purificación sea a través del sacramento de la Penitencia para poder comenzar a reparar por los pecados cometidos.  Es importante que se cumpla con los cinco pasos o condiciones para confesarse, para que esos pecados confesados sean perdonados.  Aunque queden totalmente perdonados con la absolución que otorga el  sacerdote, ha sido práctica en la Iglesia y en la vida de los santos reparar por los pecados cometidos. Asimismo, este plan de crecimiento incluye etapas de purificación y reparación.  Es por esto que la Santísima Virgen invita a la penitencia, pues a través de la mortificación y el sacrificio se comienzan a reparar o purificar los pecados cometidos ya perdonados.  Mientras más se purifique aquí en la tierra menos se tendrá que purgar luego.  El purgatorio que se pasa aquí es más fácil que el de la otra vida.

Cada vez que la persona se libera de ataduras y defectos, sube de un plano a otro.  Cada liberación de los defectos o faltas de virtud, requiere un proceso de purificación y de reparación.  No se pasa de un plano a otro automática o absolutamente. Esto es, se hacen algunas cosas que corresponden al plano tres, pero todavía  quedan cosas del plano uno, como puede ser el amor posesivo y egoísta con los hijos o con el esposo.  Se debe buscar purificar todo lo referente a los planos más bajos para llegar a una estabilidad o reafirmación en los planos más altos.  Puede llegar el día en que se piense que se está totalmente desprendido de ataduras y se suba al plano tres.  De hecho, cada vez que se libera una atadura, se está en el tercer plano.  Entonces, lo que es necesario es purificar esa falta.  Este proceso tiene dos fases: el intento de liberarse, que es la práctica y la liberación en sí, que se consigue con la purificación que provee la mortificación de los sentidos, la penitencia y el sacrificio que se hace para reparar la falta que eliminará la tendencia a reincidir en el pecado.  Cuando ya se ha reparado ocurre la verdadera liberación del defecto o pecado y la elevación de espíritu que nos une más con Dios.

Este crecimiento espiritual a través de los siete planos es un ir y venir de un plano a otro.  Debe haber una tendencia a subir, pero no se excluye la posibilidad de caer propiciada por la concupiscencia del ser humano.  Sin embargo, debe llegar el momento que haya una reafirmación en los planos superiores y las caídas no sean frecuentes, hasta que lleguen a minimizarse.  Así define la espiritualidad de la Misión Virgen del Rosario del Pozo el crecimiento espiritual.

En resumen, se debe aprovechar el tiempo presente para avanzar en este proceso de purificación y crecimiento espiritual que definitivamente costará más tiempo y dolor en el Purgatorio.  Es el Purgatorio, entonces, la gran Misericordia de Dios, pues habiéndose acabado la oportunidad en el tiempo natural de merecer y purificar, Dios concede la oportunidad de reparar y pagar por los  pecados y ofensas y así subir hasta el plano de perfección y santidad donde se compartirá el Propósito Séptimo con Cristo y María.

El engaño del demonio es que los hombres no crean en el Purgatorio que es el gran regalo de Dios. Después de la venida de Cristo, todos los que viven y mueren en gracia pueden aspirar a una vida eterna pues saben que aunque tengan una vida corta donde no hayan podido purificar y reparar por todos sus pecados, queda la esperanza del Purgatorio, que es un seguro de vida para ir al Cielo.  Por eso, se dice que el Purgatorio es  la gran Misericordia de Dios. No se debe temer hablar del Purgatorio, pues es un estado donde se purifica con la esperanza de haber ganado el Reino de los Cielos. Aun cuando el Purgatorio es la gran Misericordia de Dios, no es bueno conformarse con esta esperanza, pues según es expresado por los grandes santos de la Iglesia como San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz y Santa Catalina de Génova, es preferible purificar toda una vida en la tierra que un instante en el Purgatorio. Además, se debe entender que el cristiano debe buscar el amor y la unidad con Dios para edificar el Reino de Cristo y el mundo sobrenatural en esta Tierra y, mientras no se haya reparado y purificado, se es  indigno ante la presencia de Dios. Esta es la sobrenaturalidad que pretende la espiritualidad de la Misión Virgen del Rosario del Pozo.

Séptimo Plano:  “Plenitud”

El crecimiento espiritual tiene que ser más intenso y profundo cada día.  No se puede ser conformista si se quiere llegar al Plano Séptimo, es decir, a ese estado de perfección donde se está totalmente limpio y existe la felicidad perfecta para siempre, donde no hay muerte ni sufrimiento.  Es el plano sobrenatural donde están Cristo y María Santísima y donde, a través de la glorificación por la gracia y la santidad, se alcanza la Plenitud[11], que es compartir el Amor pleno y perfecto de Dios.

Comparativo entre los planos de crecimiento espiritual y las edades de la vida interior de santa Teresa y san Juan de la Cruz

Esta visión del crecimiento espiritual no se contrapone a las etapas de la vida interior que muchos autores espirituales y santos han mencionado a lo largo de la historia. Más bien la complementa, ya que ésta es una manera más detallada de ver el crecimiento espiritual y el avance en la vida interior de una persona.

A la luz de la espiritualidad de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Avila, los planos de crecimiento espiritual ocuparían un lugar dentro de las tres vías o edades de la vida interior:

Vía purgativa

Es conocida también como estado de los principiantes donde se hace necesaria una purificación para llegar a una unión íntima con Dios. Los medios para avanzar en esta etapa son la oración, por la que se consigue la gracia y la mortificación, por la que se corresponde a ella. Ahora bien, la mortificación  recibe diferentes nombres según se le considere: llámese penitencia, cuando con ella se satisfacen las culpas pasadas; mortificación propiamente dicha,  cuando versa sobre el amor a los placeres, para reducir el número de nuestros pecados veniales en el tiempo presente y venidero; lucha contra los pecados capitales, cuando combate las hondas inclinaciones que arrastran al pecado;  lucha contra las tentaciones, cuando se hace frente a los ataques de los enemigos espirituales[12].

Esta vía correspondería a los planos 1 y 2 donde la principal lucha está en desarraigar el egoísmo o “yo” de la vida, que se manifiesta en el amor a los placeres, en los pecados capitales y en las tentaciones que el demonio va poniendo.

Vía iluminativa

Esta vía consiste en la imitación de nuestro Señor y para entrar en ella es necesario haber ya adquirido cierta pureza (plano 3) para poder aspirar a la unión habitual con nuestro Señor. En esta vía también se trabaja por adornar el alma con las virtudes de nuestro Señor. Ahora bien, esto no quiere decir que al apartarse del pecado y de sus causas no se hayan practicado las virtudes en su primer grado, sino que ahora las virtudes se practican para ir logrando una pureza tal en el alma, que le permita unirse y parecerse más y más a nuestro Señor. Esto no quiere decir que aquí el alma deje de mortificarse y hacer penitencia, pero ésta va encauzada a ir purificándose cada día más para ser imagen de nuestro Señor Jesucristo.

Esta vía correspondería a los planos 4 y 5 en los cuales se purifica todo egoísmo personal, los pecados mortales cometidos y aún el pecado venial deliberado, el cual se suele cometer con mayor frecuencia y al que se siente  más fuertemente inclinados. Esto hace que Cristo sea el centro del pensamiento y de los  afectos[13].

Vía unitiva

La finalidad de esta vía es la unión íntima y habitual con Dios por Jesucristo, es hacer vida las palabras de San Pablo: “Vivo, jam non ego; vivit vero in me Christus”[14]. Se caracteriza porque el alma vive casi de continuo en la presencia de Dios y gusta de contemplarle viviendo en su corazón. Dentro de éstas pueden distinguirse dos fases que son la vía unitiva simple o activa que se caracteriza por el aprovechamiento de los dones del Espíritu Santo, especialmente de los activos, y por la simplificación de la oración, que se convierte en una especie de contemplación activa impropiamente dicha y la vía unitiva mística que se caracteriza por la contemplación infusa. También a la contemplación suelen acompañar fenómenos extraordinarios[15]. Todo esto lleva a la unión transformante que es el consumar la vida en la unidad del amor[16].

Toda esta etapa de la vida espiritual se vive en los planos 6 y 7 donde el amor lleva a la plena unidad con Dios.


[1]1Tes 5, 23, cfr. CEC 367

[2] Las tres facultades del Alma, según San Agustín son: memoria, entendimiento y voluntad (http://www.nueva-acropolis.org.ar/san_agustin.htm.) Siendo de estas tres el entendimiento o intelecto el que nos diferencia de los demás seres que pueblan esta tierra. (LORING, Jorge, Para Salvarte)

[3] cfr. Conc. Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c.2

[4] Dios enriqueció al hombre con tres clases de dones: los naturales, los preternaturales y los sobrenaturales. (ARCE, Pablo, Teología Dogmática: la elevación y la caída en www.encuentra.com)

[5] “el crecimiento espiritual de los hijos de Dios será muy difícil, y vendrán otros momentos en que este crecimiento parecerá casi imposible.”(Segundo mensaje de la Virgen del Rosario del Pozo)

[6] Se debe establecer una diferencia entre el “yo” como manifestación de falta de virtud y el “yo” como la expresión de la esencia de la personalidad humana de cada individuo. La primera debe ir transformándose hasta purificarse, en cambio la segunda, siempre se preserva porque Dios ha creado a todo ser humano único e irrepetible.

[7] Mc 10, 21-22.

[8] cfr. Flp 2,11

[9] El Papa Juan Pablo II perdonó por el atentado que sufrió en 1981 a Ali Agca.

[10] Cfr. CEC 1030, 1473; Col 7,1; Jn 3,3

[11] “En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad…” (1Cor 15, 53)

[12] TANQUEREY Ad., op. cit., p. 421

[13] Cf. Ibid. pp. 621-624.

[14] Ibid. p. 822.

[15] Ibid. p. 828

[16] MARTINEZ Luis M., op. cit., p. 11.