
MEDITACIÓN INICIAL
“Hijos míos, recorramos juntos esta dolorosa senda, recordando una vez más el sufrimiento que mi Amadísimo Hijo Jesús pasó por amor a todos los hombres. Acompáñenle en este sendero tratando de mitigar su dolor, inmenso dolor, sufrimiento profundo, causado, no por las heridas de su cuerpo, sino por la indiferencia y rechazo del hombre. Sean ustedes siempre apóstoles fieles, como Juan, que permaneció a mi lado al pie de la cruz. Hoy más que nunca el mundo necesita de hombres y mujeres de mucha oración, sacrificio y penitencia, que tengan a Dios como prioridad en su vida y se entreguen a su servicio completamente. Hombres firmes, fieles y valientes que abrazando fuertemente la cruz acompañen a mi Hijo Jesús hacia el Calvario. Hombres dispuestos a dejar atrás los obstáculos y ataduras que les impiden convertir a Dios en su prioridad de vida. Almas valientes y generosas que consuman su vida al servicio de Dios y de sus hermanos, siendo luz para la humanidad. Hijos nuevos, no tengan miedo, sigan todos unidos por el sendero que dejó trazado mi amadísimo Hijo Jesús. Él espera que le consuelen al pie de la cruz.”
I ESTACIÓN
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Pilatos contestó: ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?, pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltasen más bien a Barrabás. Pero Pilatos les decía otra vez: Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis el rey de los judíos? La gente volvió a gritar: ¡Crucifícale! Pilatos les decía: pero ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaron con más fuerza: ¡Crucifícale! Pilatos, entonces, queriendo complacer a la gente, le soltó a Barrabás y entregó a Jesús después de azotarle para que fuera crucificado” (Mc. 15,9-15)
El corazón de Jesús palpita aceleradamente. Su propio pueblo pide su condenación. Ha sido condenado injustamente. No se defiende. Entiende perfectamente que su misión está en el sacrificio de la Cruz y hacia ella se encamina. Lo acepta con humildad y alegría para cumplir con el mandato de Padre y se entrega incondicionalmente a su Voluntad. Padece en silencio las injurias de los hombres para vencer el pecado y abrirnos las puertas del cielo. “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa” (Mt. 5,11)
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II ESTACIÓN
JESÚS CARGA LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y trenzado una corona de espinas, se le ciñen y se pusieron a saludarle: “¡Salve, rey de los judíos!”, y le golpeaban la cabeza con una caña, escupían y doblando las rodillas se postraban ante Él. Cuando se hubieron burlado de Él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle” (Mc. 15,16-20). “Y Él cargando con su cruz salió hacia el lugar llamado Calvario que en hebreo se llama Gólgota” (Jn 19, 17). Ha llegado la hora de caminar hacia el calvario. Sobre sus hombros carga la cruz donde habrá de ser crucificado. Es un enorme madero que recoge el peso de nuestros pecados. En silencio, con su corazón traspasado de dolor y todo ensangrentado, soporta los improperios de la multitud. Mientras, guarda en su alma el propósito que le mantiene de pie: la redención del hombre”. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame” (Lc 9,23).
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III ESTACIÓN
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Y con todo eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas” (Is 53,4-5) ¡Nuestros pecados son tan pesados! Jesús está cansado, agobiado y cae. Sucumbe ante el maltrato y la tribulación. Pero ante la caída reflexiona, y se levanta. Mira la multitud y se compadece de ella, olvidándose ya de su propio sufrimiento. Siente en su interior una fuerza que le anima. Humildemente se incorpora y camina con determinación hacia la meta encomendada. “Se me empujó para que cayera, pero el Señor vino en mi fuerza y mi cántico es el Señor, Él ha sido para mí la salvación” (Sal 118,13-14)
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IV ESTACIÓN
JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
Simeón dijo a María: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción y ¡a Ti una espada te atravesará el alma!, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 34-35). Sólo una mirada fue suficiente, en los ojos de su madre se vio reflejado su propio dolor. Su amor de madre le permitía compartir todos sus sufrimientos. No había llanto ni desesperación, sino la amargura de ver padecer injustamente a un hijo santo. Pero ante todo estaba la voluntad de Dios. Aquel hijo de sus entrañas tenía una misión que cumplir y ella lo apoyaría en todo. La sangre derramada de su hijo serviría para dar vida a los demás. “Y Jesús, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Lc 12,42-50).
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V ESTACIÓN
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRINEO
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y Rufo, a que llevara su cruz” (Mc 15,20-21). El peso de la cruz, unido a los azotes y a la corona de espinas había debilitado a Jesús. El centurión, no por caridad, sino por el temor de que se pudiera morir en el camino, requirió la ayuda de un hombre que acertó pasar por ahí. El cirineo tomó la cruz y con indiferencia la llevó pocos metros. Si se hubiera fijado en la mirada de Jesús y en la de la Santísima Virgen, que de cerca le acompañaba, hubiera comprendido la grandeza del privilegio de ayudar a Jesús en la redención del hombre y hubiera llevado la cruz hasta el final. ¡Oh Madre Santísima, que acompañaste a Tu Divino Hijo hasta el Calvario!, ayúdanos, para que protegidos bajo tu santo manto caminemos firmes con nuestra cruz, y que al final podamos ser crucificados con Jesús, logrando así la transformación del mundo. “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
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VI ESTACIÓN
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre” (Is 52,14). Entre la multitud, había unos pocos que se compadecían de Él. Viendo aquel rostro desfigurado, una piadosa mujer se acerca para enjugarlo. Pensaba que podría brindarle algún alivio a tanto sufrimiento. Jesús mirando al interior de aquella alma bondadosa, quiso recompensarla, y estampó en el paño de aquella mujer la imagen de su Rostro, la imagen del dolor mismo. Él descubrió un alma agradecida y un estímulo para seguir adelante; ella recibió la señal de que esto sucedió gracias a su gesto. “Pues los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8,29).
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VII ESTACIÓN
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
Señor Jesús, tu segunda caída es reflejo de la debilidad de nuestra carne, de nuestra ingratitud como hijos tuyos. Por la desobediencia y el pecado nos hemos apartado de Ti, y Tú, con tu inmenso amor cargas el peso de nuestros pecados. Perdónanos, Señor, y sostennos con Tu fuerza para poder ser capaces de soportar humildemente, con serenidad y paciencia cuando sea perseguido, injuriado y reprimido por querer servirte. Concédenos la gracia de poder levantarnos de nuestras caídas con un corazón adolorido y un propósito de enmendarnos. Madre de la diligencia, alcánzanos la gracia para sostener nuestra propia cruz en la plenitud de la caridad y la generosidad, para ofrecer como Jesús, todos nuestros sufrimientos, sacrificios, dolores y angustias por la transformación de la humildad. “Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma”. (Fi 5,1). “En efecto, la leve tribulación de un momento, nos produce, sobre una medida, un pesado caudal de gloria eterna” (Cor 2,4-17).
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VIII ESTACIÓN
JESÚS Y LAS PIADOSAS MUJERES DE JERUSALÉN
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Le seguía un gran gentío del pueblo y muchas mujeres que se golpeaban el pecho y gritaban por Él. Jesús se volvió hacia ellas, y dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos” (Cl 23,27-28). Amado Jesús mío, mujeres compasivas se acercan a Ti y lloran Tu estado desolador. Tú fijas Tus ojos de bondad y de misericordia hacia ellas, pero más es Tu angustia y Tu dolor por el peso que cae sobre la humanidad por la gran injusticia de los hombres. Por eso hoy nos repites: No lloréis por mí, llorad mejor por vosotras y por vuestros hijos”. Madre del verdadero camino, Tú que derramas lágrimas por tus hijos, por el gran peligro que amenaza la humanidad, siguiendo aquel mandato de Jesús; enséñanos a llorar los unos por los otros, por nuestros propios pecados y por los pecados de la humanidad; para que con nuestra lágrimas de amor de arrepentimiento, alcancemos la mirada bondadosa y misericordiosa de Jesús.
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IX ESTACIÓN
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“No tenemos un Sumo Sacerdote, incapaz de compadecerse por nuestras debilidades, sino uno probado en todo igual a nosotros, excluido del pecado” (Hch 4,15). Señor mío y Dios mío, cómo es que el peso de nuestros pecados se convierte en una fuerza poderosa para doblegarte, obligando a Tu rostro a dar con la tierra; cual si esta pretendiera sumergirte en ella. Gracias Amadísimo Jesús porque nos mostraste que el espíritu vence la carne y Te pusiste nuevamente en marcha por amor a nosotros hasta llegar a la meta final. María, madre Santísima, Tú que le acompañaste en su trayectoria hasta el final, alcánzanos la gracia para internalizar tu mensaje: “el sufrimiento será necesario”. Haz que entendamos que la oración y el sacrificio serán mandatorios, para que nuestro espíritu venza la debilidad de la carne, para que el miedo y la cobardía no nos arrastren a sumergirnos con la tierra; que nos levantemos para llegar a la consecución de la meta final, donde alcanzaremos la gloriosa resurrección con Jesús”. “Acercaos a mi todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mc 11,28-29).
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X ESTACIÓN
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Se repartieron sus ropas echando suertes” (Lc 23,24). Señor Jesús, verte tan maltratado y humillado me hace reflexionar. ¡Qué ingrato me siento al contemplarte así, sabiendo que lo aceptaste por mi amor y que yo a cambio no he sabido corresponder al Tuyo! “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo he de regresar a mi Creador”. Señor Jesús, ayúdame a despojarme hoy de todo orgullo, vanidad y egoísmo, de todo lo que me ata al mundo; de las barreras que no me dejan amarte sobre todas las cosas y servirte como Tú mereces. “Despojaos respecto a la vida anterior del hombre que erais y revestíos de ese hombre nuevo creado a imagen de Dios” (Ef 4,23-24).
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XI ESTACIÓN
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a Él y a los malhechores, uno a la derecha y el otro a la izquierda, Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lc 23,33-34). Jesús, tendido sobre la cruz, fue clavado de pies y manos en ella. ¡Qué desgarradora escena! Jesús como manso y humilde cordero acepta en todo la voluntad del Padre… y en estos momentos vive el inmenso dolor de ser clavado en una cruz y todo lo ofrece por nuestra salvación. ¡Qué amor tan inmenso y tan perfecto! Permitiste ser crucificado por nuestros pecados y nosotros continuamos crucificándote cada instante con nuestra desobediencia, con nuestra indiferencia, con nuestra ofensas, con nuestro caminar de espaldas a Tus enseñanzas, sumergiéndonos en el egoísmo, el materialismo, en el placer y la comodidad, queriendo en todo hacer nuestra voluntad. Perdónanos, Señor, y ayúdanos para que con tu gracia aceptemos ser crucificados como Tú, y así muera el hombre viejo que hay en nosotros y surja un hombre nuevo al servicio del Padre.
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XII ESTACIÓN
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre dijo: Todo está cumplido, e inclinando la cabeza entregó el espíritu”. (Jn 19,29-30). Todo se ha cumplido. La misión por la que vino a la tierra está a punto de terminar. Su misión redentora la ha consumado hasta la perfección. Fue llevado como un cordero al matadero y cumplió en todo momento con la voluntad del Padre. ¡Qué amor tan inmenso! Más que nunca sufre la soledad y el abandono, y hoy sigue sufriendo por la indiferencia del hombre, tiene sed de nosotros, de nuestro amor, de nuestras almas y de todas las almas que por el camino de la cruz debemos llevar hasta Él. Madre Amadísima, ayúdanos para que cuando venga Dios a pedirnos cuentas de nuestra vida, hayamos cumplido a cabalidad, al igual que Jesús, la misión que Él nos confió.
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XIII ESTACIÓN
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“José de Arimatea le pidió a Pilatos que le dejara quitar el cuerpo. Pilatos se lo autorizó. Él fue y quitó el cuerpo de Jesús”. (Jn 19,38). Recibe María en sus brazos el cuerpo inerte, torturado, lacerado de su Amadísimo Hijo; signo del dolor que fue necesario padecer para lograr nuestra salvación. Madre Santísima, concédenos la gracia de que al terminar nuestros días y después de haber cumplido fielmente nuestra misión de apóstoles, puedan también nuestros cuerpos reposar en Tus brazos.
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XIV ESTACIÓN
JESÚS ES SEPULTADO
Guía: Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos.
Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
“José de Arimatea se llevó el cuerpo de Jesús y lo envolvió en una sábana limpia, después lo puso en el sepulcro nuevo, excavado en la roca; luego hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se fue” (Mt 27,59-60). El sepulcro no debe ser motivo de tristeza, debe ser motivo de esperanza, ya que no es un término, sino el principio de una vida nueva, eterna y verdadera. Por lo tanto, la muerte no es el fin de la vida, sino su plenitud. Vivir no es caminar hacia la muerte, sino un peregrinar hacia Dios. Oh Santísima Virgen María, que acompañaste a Tu Divino Hijo hasta el sepulcro, para luego llorar Tu soledad, haz que nada ni nadie nos separe de Tu amor, para que en la hora de la prueba, nuestro corazón no dude, ni desfallezca. Ayúdanos a ser fieles y a perseverar hasta la muerte.
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MEDITACIÓN DE JESÚS
“Hace apenas unos instantes han vuelto a vivir el misterio envuelto en mi Pasión y Muerte, al contemplar cada una de esas catorce estaciones, han sentido tristeza, dolor, se han hecho partícipes de mis sufrimientos. ¡Si verdaderamente supieran los sufrimientos que he padecido y sigo padeciendo por todos los hombres! Soporté el suplicio sin ninguna queja. En mí había un solo pensamiento – estoy salvando a mis pequeños – para eso había venido. ¡Con cuánto amor he dado la vida por todos ustedes! Sin embargo, sabía que mi sacrificio no sería apreciado por muchos hombres. ¡Cuánta indiferencia!, la indiferencia hiere mi corazón más cruelmente que la lanza que lo atravesó. El sacrificio de mi vida no ha podido ablandarles. Sus corazones son duros como la roca y sin embargo derramé mi Sangre en ellos. Fueron salpicados por ella y ni siquiera se han dado cuenta. Por eso en estos tiempos he mandado a mi Santa Madre, en la aparición de la Virgen del Rosario, en Sabana Grande, para alertarles. Hay que sacar al hombre de su indiferencia, tienen que volver a los caminos de Dios. Ustedes han sido elegidos para esto, por lo tanto, espero mucho de ustedes. Quiero almas a mi imagen. Ustedes no han sido elegidos en vano, respondan generosamente a esa elección. Tengan fe de conseguir todas las cosas que pidan en oración y se les concederán, formen un ejército invencible bajo la suave y dulce dirección de mi Madre, y con la fe y el amor vencerán al enemigo. Les pido que no escatimen sus esfuerzos. El mensaje tiene que ser conocido. Vívanlo, conviértanse en llamas vivas de amor y con su ejemplo y vivencia serán mis testigos a donde quiera que vayan. Sigan su caminar de la mano de mi Madre, entréguense cada día más a mi servicio y, si así lo hacen, algún día podré decirles a cada uno de ustedes: “Venid benditos de mi Padre al lugar que les he preparado”